Capítulo 2 ~ Con sabor a Polvorón

La antigua fábrica de ositos de gominola con sabor a polvorón que quebró debido a su nulo éxito -justo al contrario que con las otras fábricas de este estilo del universo- era el lugar favorito de los escasos jóvenes de Tomaporculo donde malgastar su preciado tiempo en hacer botellón. Aquella fábrica era también el lugar que el mapa galáctico tridimensional con el que Komoyo había tropezado marcaba con un punto amarillo que llamaba mucho la atención, puesto que era el único.

En aquel lugar, aparte de cristales de botellines de todo tipo de bebidas alcohólicas, había una gran cantidad de ositos de gominola que incluso tras 15 años de abandono seguían siendo comestibles. Komoyo avanzó con cuidado para no pincharse con los cristales y para no tragarse ningún osito accidentalmente. Cuando llegó al centro de la sala de embalaje el suelo cedió ante su peso y Komoyo cayó sin remedio a otra habitación más pequeña, tragándose accidentalmente algunos ositos de gominola con sabor a polvorón antes de perder la conciencia.

[…]

– ¡Hey, chaval! ¿Estás bien? -Preguntó una voz grave que Komoyo no había escuchado nunca.
– Eh... sí, estoy bien –respondió él aún un poco confundido-. No me he hecho nada, sólo me he tragado un par de gominolas.

Se encontraba en una gran habitación sin ventanas, probablemente un almacén. Desde allí, gracias a la luz que entraba desde el nuevo agujero, podía verse una puerta de acero bastante deteriorada.

– ¡Qué desgracia! Yo llevo comiendo esas chucherías desde que quedé atrapado aquí hace tres años. No es que estén malas, pero uno se acaba cansando de esa textura tan extraña que tienen.
– Yo no creo que sean muy sanas -añadió Komoyo.

Aquel hombre parecía bastante mayor, tenía arrugas, ojeras y era delgado. Su mirada cansada al observarla atentamente expresaba "De la desmesurada cantidad de gente con la aún mayor desmesurada cantidad de miradas del universo,¿por qué tienes que fijarte en la mía?". Sus ropas estaban desgastadas y su cabello plateado caía suavemente hasta sus hombros. Lo que más le llamó la atención es su tono de piel grisáceo, seguramente por la suciedad acumulada. Tres años sin ducharse son muchos años. Mejor no acercarse a él, aunque es impresionante que siga cuerdo después de tanto tiempo encerrado en semejantes condiciones.

– ¿Cómo es que llevas tanto tiempo aquí?
– Pues... verás... no consigo abrir aquella puerta de allí, parece que está bloqueada. Parece que tiene algún tipo de mecanismo que necesita de un elemento clave que no poseo. Estoy encerrado.

Komoyo se acercó a la puerta. El pomo era redondo, y tenía un hueco en el centro para meter la llave. Lo que viene siendo un pomo normal. Komoyo se preguntaba cómo había ido a parar aquel hombre allí dentro sin la llave de la puerta, pero no formuló ninguna pregunta y en su lugar intentó girar el pomo, y la puerta se abrió. Al parecer llevaba abierta todo este tiempo,¿quién era aquel sujeto que ni siquiera había intentado abrir la puerta? Supuso que quizás vendría de algún país tan subdesarrollado que no tuvieran suficiente dinero para poner puertas. También barajó la posibilidad de que viniera de un país tan desarrollado que no hiciera falta poner puertas. En ningún momento se le ocurrió pensar que aquel señor podría ser un extraterrestre, pues, tal como él lo veía, estos debían ser diminutos y etcétera etcétera..

– ¡Aleluya! ¡Me has salvado! Ya creía que iba a morir rodeado de montones de gominolas. Te estoy eternamente agradecido.
– No me des las gracias, no ha sido nada complicado. Oiga,¿cuál es su nombre?
– Me llamo Plastaffinoulesacogorinto.

Un nombre extraño, sin duda, pensaba Komoyo, pero que reforzaba la teoría del país subdesarrollado. Tal vez aquel hombre perteneciese a alguna tribu amazónica con nombres impronunciables. En cualquier caso, podía aprovecharse de ello para burlarse un poco...

– Ah. Deja que te llame Plasta mejor -a Komoyo le hacía sentirse muy bien cachondearse del nombre de otras personas tras aguantar tanta bromita con el suyo.

Plastaffinoulesacogorinto suspiró. Incluso tan lejos de su hogar, no conseguía librarse de aquel apodo que le perseguía a todas partes.

– Sí... será mejor. ¿Y el tuyo?
– Komoyo Diga.

Démosle al botón de pausa un momento. El universo se puede dividir en 3 clases de seres pensantes, llamémosles  N, O y P. El tipo N, No se cree que el nombre de Komoyo Diga vaya en serio y vuelven a preguntar.  A los del tipo O, les importan un verdadero Osito de gominola con sabor a polvorón el nombre de nuestro protagonista. Y, finalmente, el tipo P, que se Parte el culo. Plastaffinoulesacogorinto era de este último.

– Jajajajajajajajajaja -Hubo que esperar un cuarto de hora hasta que a el señor Plasta se le pasara el ataque de risa y se convirtiera en tipo N-. No, en serio,¿cómo te...?

De repente, pasó a importarle el nombre de Komoyo un verdadero osito de gominola con sabor a polvorón. O dicho de otra forma, pasó a ser del tipo O.

– ¿D-De dónde lo has sacado? -Preguntó señalando al cubo extraterrestre que Komoyo llevaba sujetado al cinturón-. ¡Da igual, trae aquí, ese wa-i me pertenece!

En ese momento Komoyo supo exactamente qué es lo que señalaba el punto amarillo. Era Plastaffinoulesacogorinto. Sin duda, debía ser un ser de otro planeta... a pesar de que no era diminuto, verdoso y con antenitas en la cabeza.

– ¡De eso nada! Si quieres recuperarlo, antes deberás explicarme qué es este aparato alienígena y qué haces en nuestro planeta.
– ¿Alienígena? No, no, yo no soy un alienígena, soy un terrestre como tú. Y es un inofensivo proyecto de investigación. Ahora devuélvemelo.
– Buen intento, pero no nos llamamos “terrestres” sino “terrícolas”, ¡esta confusión sólo significa que no dominas nuestro idioma y que eres un extraterrestre!
– ¡Agh! No tengo tiempo para más juegos niñatos, me vas a devolver eso por las buenas o por las malas.

Komoyo tuvo que pensar rápido. Un alienígena que hace poco le daba las gracias por haberle librado de su encierro ahora se dirigía hacia él bastante enojado. Una de dos, o los alienígenas tienden a cambiar de ánimo con demasiada facilidad, o aquel cubo realmente tenía que ser algo valioso. ¿Qué podía hacer? ¿Qué opciones tenía?

– ¡Alto! -Komoyo sacó el nabo y sostuvo este en una mano y el cubo en otra-. ¡S-Si no te detienes, u-utilizaré esto!

El señor Plasta se paró de inmediato. No sabía qué era aquello tan grande que el niño sostenía en la otra mano, pero posiblemente fuera un aparato de destrucción humano, y tenía que proteger el cubo a toda costa.

– Está bien, está bien. Te lo contaré todo, pero aparta eso del cubo. Resulta que una Navidad paseaba en busca de un lugar donde esconder los regalos de Santa para mis críos, uno de los cuales era ese cubo, cuando en el momento en el que evaluaba este escondite, alguien cerró la puerta y me encerró. ¿Me lo devuelves ahora?
– ¿Te encerraron desde fuera echando sin bloquear la puerta? Eso no tiene ningún sentido. Además antes has dicho que es tu proyecto, y hasta lo has llamado por su nombre.
– Está bien, está bien. Me has pillado. Es inútil seguir con esto. Te lo contaré todo. Soy un alienígena, así, como lo oyes. Fui enviado para proteger La Tierra, y eso es el wa-i, un aparato multiusos de alta tecnología extraterrestre que permite entre otras cosas viajar entre mundos. Lo perdí al venir a este mundo, puesto que él aterrizó fuera de esta habitación, y hasta ahora no sabía cómo salir. Por favor, lo necesito para completar mi misión.

El wa-i era lo último en tecnología espacial. Diseñado por SoftUniverse especialmente para los agentes del FGI (Federación Galáctica Interestelar). Recibe ese nombre porque durante la reunión de los altos directivos de la empresa un trabajador de la limpieza que estaba cambiando la arena del fragtiniano galáctico que tenía de mascota el director soltó mientras se mostraba aquel mapa interestelar un “¡Es... guay!”. El limpiador fue ascendido directamente a director del DPNCSU, Departamento que Pone Nombre a los Chismes de SoftUniverse.

– Entonces, ¿tienes una nave espacial?
– ¿Nave espacial? ¡Oh, no! Esos trastos son muy aparatosos, muy lentos y exageradamente caros. Afortunadamente, dejamos de usarlas hace tiempo. Ahora utilizamos debilidades espacio-temporales en los planetas para viajar de uno a otro. Es mucho más barato e incluso menos arriesgado.
– ¿Pero viajáis también en el tiempo?
– ¿Qué?
– Has dicho que son debilidades espacio-temporales, así que supongo que viajarás también en el tiempo.
– ¡Oh, no! Lo de “-temporal” se añade porque te permite llegar a tiempo a cualquier fiesta.
– …
– No me mires a mí, no soy yo el director del DPNCU.
– ¿Y qué hay que hacer para realizar un viaje?
– ¿Y qué hay de darme el wa-i?

Komoyo movió la mano donde sujetaba el nabo.

– No pienso revelar eso a un chiquillo, ya te he contado bastante -Komoyo acercó el nabo hacia el cubo-. Bastante poco, quiero decir. Sólo hay que ir con el cubo a una debilidad, a las que nos gusta llamar “puntos blandos”, que están marcados en el mapa con un punto de color morado, y pulsar el botón, que estará del mismo color.

Los puntos blandos estaban causadas por anomalías en los procesos internos de una estrella que, controladas artificialmente, pueden afectar al área del planeta al que se quiera viajar o al planeta desde donde se empiece el viaje. Ocasionalmente, provocar una debilidad afectaba al comportamiento de la flora, la fauna y la actividad geológica de la zona. Aunque estos viajes no era totalmente seguros, ya que consistían en dividir todos los átomos del cuerpo y volverlos a juntar en otro punto blando, era la forma más rápida y barata de viajar. Además, diversas deformaciones son bastante prácticas, como una boca en la barriga, la cual agiliza la digestión.

Komoyo no se había dado cuenta hasta ahora, pero el botón del cubo se había vuelto de color morado.

– ¿Entonces si le doy a este botón... iremos a parar a otro lugar, otro planeta?
– Teóricamente sí, pero sin la ayuda de la oficina central de mi organización, el FGI, no sabemos dónde. Desgraciadamente no puedo contactar desde aquí con ellos. Podríamos acabar en cualquier lugar del universo donde haya un punto blando. Y ahora si no te importa, tengo una misión que cumplir.
– No me importa, estoy harto de este planetucho cuyos habitantes tienen como ocupación principal meterse con el nombre de los protagonistas de ciencia ficción. Quiero algo nuevo. ¡Llévame contigo!
– No digas tonterías. Si lo piensas este planeta y su gente no está tan mal, te sorprendería saber la de jugarretas que hacen en otros mundos, así que tampoco es muy diferente del resto de... ¡Eh! ¡No le des a ese botón! ¿Me estás escuchando? ¡Suéltalo!

Pero Komoyo ya no lo escuchaba, tenía los cinco sentidos puestos en el cubo. Los ojos le brillaban de la emoción de sólo pensar que estaba a un sencillo paso de abandonar aquel lugar, aquel planeta que tanto despreciaba, y conocer por fin el lejano espacio con el que tanto había soñado. Ir de aventuras a un lugar desconocido de la galaxia le colmaba de emoción. Sin pensarlo más, sin escuchar al señor Plasta y sin hacer caso a su marginado sexto sentido, dio el paso. Komoyo pulsó el botón del cubo.