Capítulo 5 ~ ¡Vaya lata!

El modo de vida estadounidense es, sin lugar a dudas, el estilo de vida más insostenible de todos en la historia del universo. Por esta razón, este estilo de vida está prohibido en la mayor parte de los planetas, incluso es perseguido y castigado por la Organización de Sostenibilidad de la Galaxia (OSG). No obstante, eso no impide que los alienígenas valoren las costumbres y la moda terrícola como las mejores de todas. Es una pena que sus leyes no les permitan copiarla, pero al menos intentan imitarla lo máximo posible. En estos momentos, Komoyo despierta en uno de esos lugares donde se trata de imitar la cultura terrícola.

Lugar donde se imita la cultura terrícola

─ ...y sin queso, por favor.
─ Perdone, tenemos un problema con el suministro y no nos queda más carne de Blu para nuestras MacBurguesas. Pero si quiere podemos hacerle una MacBurguesa vegana...

Komoyo despertó completamente. En parte, porque sentía curiosidad hacia esa última frase que había escuchado, y por otra parte también porque tras eso unos seres, cada uno más peculiar que el anterior, empezaron a lanzar todo tipo de calumnias e injurias hacia la dirección de donde provenían esas palabras. Se encontraba en un restaurante que parecía sacado de una película de ciencia ficción. Las mesas no eran sino tablas que levitaban en el aire, impulsadas por algún tipo de energía que desprendía una luz azul. En las paredes había paneles interactivos donde se mostraban todas las ofertas y se podía efectuar la compra, y en el techo una serie de vías transportaban las bandejas hasta su correspondiente mesa, de forma que no hacía falta levantarse.

─ ¡Que no les queda carne de Blu! ¿Es que nos está gastando una broma?

Komoyo analizó la situación. Estaba sentado en un cómodo sillón de una mesa redonda, y en sus brazos tenía durmiendo a la cosa más mona que podría haber deseado tener durmiendo en sus brazos jamás; a Zape. Pero no era momento de andarse con cosas monas: el caos aumentaba a su alrededor. Komoyo se levantó para observar mejor la escena.

«Siéntate» -ordenó una voz a su cerebro.

Y se sentó justo a tiempo para evitar una lluvia de todo tipo de trastos en la que acababa de convertirse las calumnias e injurias. También pudo observar que la decoración la conformaban muebles al más puro estilo de multinacional sueca. Eran parecidos hasta en la resistencia, pues con tal caos muchos muebles no duraron mucho tiempo de una sola pieza.

De repente, los allí presentes dejaron de prestar atención a los encargados del restaurante, y fijaron su atención sobre Komoyo. ¿Se habrían dado cuenta de que era extranjero? A lo mejor a los terráqueos se les tenía prohibido el acceso al planeta y estaban todos pensando en capturarlo y recibir una recompensa por su cabeza...

─ ¡Es un Blu! -exclamó al fin uno.

Afortunadamente el problema de su apariencia extranjera había quedado descartado. Ahora sólo quedaba librarse un nuevo problema surgido, el cual consistía en hallar la solución a cómo librarse de una turba de alienígenas de características desconocidas hambrientos que se abalanzaban sobre él como si fueran zombis hacia el último cerebro humano, que en este caso, era el último Blu del universo.

─ ¡Atrás, atrás! -gritó Komoyo. ¡Esto no es un Blu, es un peluche de feria! ¡Mirad como no se mueve! ¡Tampoco sabe bien! ¡Está lleno de flatulencias!

Tras este pequeño teatrillo descubrió una nueva característica de aquellos alienígenas: Su inteligencia era superior a la de los Blu. Entonces, apareció una cara nueva, que sin embargo le resultaba extrañamente familiar, que le dió la vuelta a la situación con unas simples palabras.

─ ¡Ey, tíos, están repartiendo carne de Blu gratis en un restaurante a dos manzanas! -un robot gritó desde la puerta.
─ ¡Tobot el mejor! -gritaron todos en grupo.

A continuación los zombis corrieron en tropel hacia la puerta y desaparecieron del restaurante en pocos segundos. Entonces, dos figuras que habían estado ocultas entre la multitud se acercaron a Komoyo.

─ ¡Komoyo! ¿Estás bien? ¿Está bien el cubo? -A Komoyo no le quedaba más remedio que suponer que esa persona era Plasta.
─ Sí, por suerte ninguno de los dos hemos sufrido daños. Ni el cubo tampoco. Pero oye,¿qué es este sitio? ¿Y quién es ese tío que nos ha salvado?
─ Tenemos que largarnos -respondió Plasta, como ignorando todas sus preguntas al tiempo que lo agarraba del brazo y se dirigía a la salida.
«Te lo explicaremos por el camino» -continuó la frase telepáticamente Telepia, que era la segunda figura que se había acercado a él.
─ ¡Vamos a pirarnos, macho! ¡Esos tíos no tardarán en darse cuenta de la trola! -Añadió el robot que lo había salvado, que Komoyo reconoció al instante.

Oficinas del FGI

Un correo llegó a la bandeja de entrada produciendo un sonido nada agradable. Al instante el encargado de organizar el correo marcó este como de “máxima urgencia” y lo envió al despacho del comandante. A los pocos segundos, el comandante del FGI se encontraba leyendo el correo: “Alerta máxima. Fugitivo P. apareció en planeta Blu. Planeta destruído, fugitivo muerto o huido” rezaba el correo. Los labios del comandante dibujaron una enorme sonrisa, formando una cara inversamente proporcional a la que en esos momentos se le formaba a la encargada de la OGS que tenía que comunicar a su jefe que dos planetas habían sido borrados del mapa en las últimas horas.

─ Así que por fin apareces, Plasta -soltó el comandante.

Otro correo llegó a la bandeja de entrada, aunque este no hizo ningún ruido. Cuando el encargado lo vio, mandó el “informe de defunción en Blu de dos agentes del FGI” a la carpeta de mínima relevancia.

Planeta: Robotia

”El planeta Robotia es la 3ª capital de la galaxia. Debe su nombre a que es un planeta poblado principalmente por robots, cuyo objetivo es que los seres orgánicos vivan lo mejor posible. Gracias a esto, es el planeta más productivo y el de mejor calidad de vida, siempre y cuando no seas un robot.”

Estaba en casi todos los paneles del restaurante, ahí es donde Komoyo vio al robot que le había salvado la vida.

─ Buenas, terrícola, mi nombre es Tobot, el Robot Tobot. Soy la figura más molona y famosa de toda la galaxia, detrás claro está de nuestro CEO. Soy la imagen de la compañía MacBurguer, me verás hasta el último rincón del universo. De los rincones más guays, no de vuestro planetucho.

Komoyo estaba asombrado, nunca había estado con un personaje famoso, pero allí delante tenía a, según él, la segunda persona más famosa de la galaxia. O más bien robot.

─ ¡En-encantado! Yo soy Komoyo, Komoyo Diga -con la emoción a Komoyo se le había olvidado lo vergonzoso que era presentarse con su nombre completo, y tuvo que esperar a que Tobot hubiese terminado de cachondearse de su nombre-. ¿Por qué nos ha salvado?
─ Porque se lo pedí yo -intervino Plasta-. Es un viejo conocido mío, me debía un favor, sabía que estaría por aquí y le pedí ayuda en cuanto Telepia me transmitió lo que estaba ocurriendo. A cambio, no obstante, ha pedido unirse al circo para que lo llevemos con él en el próximo viaje con el cubo.

El grupo aceleró la marcha al oír los gritos de desesperación de la gente a la que habían engañado. Por primera vez, Komoyo prestó atención a lo que le rodeaba. Había altos edificios de metal que parecían no tener fin, tan parecidos que podrías imaginarte el resto con ver uno sólo, pero ni una sola persona o cualquier otro signo de vida orgánica caminando por las calles. Sólo había robots, decenas de robots. Algunos, recogían basura, otros, transportaban mercancías, los más desdichados rogaban por un poco de aceite a las pocas formas de vida que pasaban por las calles. Daba la sensación de que todo estaba perfectamente organizado. Pero pese a todo ese movimiento, no le parecía un planeta interesante.

─ ¿Que lo llevemos con él? -preguntó Komoyo-. ¿Y por qué quiere una superestrella, que seguro tiene una vida ocupada pero llena de lujos, y ha conocido multitud de planetas, viajar con nosotros? Vamos de problema en problema, y seguro que hemos roto tantas normas que debemos ser los seres más ilegales que andan sueltos. Somos ilegaliens -se le escapó unas risitas al pensar en la ocurrencia que acababa de soltar.
─ No flipes, ni he viajado tanto ni tengo una vida tan ocupada. ¡Siempre que quieren llevar mi figura a otro planeta, fabrican otro yo y lo programan para que actúe como este menda! No les suelen durar mucho mis copias, porque nací con defectos de fábrica y mi programación termina por volver inestables a las copias, pero esa es la razón por la que no pueden deshacerse de mí, así que no es tan malo.

Zape se revolvió, como si tuviera un mal sueño. Komoyo lo acarició como un gatito, y lo cierto es que su calor corporal le hacía sentir cómodo.
Los gritos de los dependientes de carne de Blu se acentúaron.

─ Así que se ofreció a ayudarme y de paso aprovechar y salir de este frío planeta -añadió Plasta-. No creo que te importe, todos los que viajan contigo están al menos la mitad de chalados que éste. ¿Qué importa otro más?
─ ¿A ayudarte a qué?
─ A evitar que esa peludo bola de carne destroce más planetas, por ejemplo.

Komoyo asintió sin decir nada, aunque una parte en su interior le decía que no podía confiar en absoluto en ese alien, seguro que tenía intenciones ocultas. Ahora que lo pensaba bien, durante su encuentro en la fábrica de ositos de gominola con sabor a polvorón había mencionado que necesitaba el wa-i para completar su misión, y que estaba allí para proteger la Tierra. ¿Tendría algo que ver?

«Ya casi hemos llegado» -transmitió Telethia.

Delante suya se erigía un edificio diferente al resto de construcciones de la ciudad. Era un edificio de madera. «¡De madera! ¿Qué hará un edificio de madera en medio de una jungla de metal?» se preguntaba Komoyo. Los gritos cada vez más cercanos desviaron sus pensamientos antes de que pudiera formular a sus compañeros esta pregunta.

─ ¡Adelante, Komoyo! Aquí es donde tienes que usar el cubo. Date prisa, me da que no tenemos mucho tiempo.

Komoyo sacó el cubo de su bolsillo. Acto seguido pulsó el botón, justo a tiempo para ver cómo la manada de hambrientos hacía su aparición al final de la calle.

Pero no pasó nada.

─ ¡Rápido, dale al botón!

Komoyo volvió a pulsar el botón. Y no pasó nada.

─ Está... roto -afirmó Komoyo, entre terror y duda-. ¡No funciona!