Capítulo 9 ~ ¡Capitán Garφo al rescate!

Pese a la concepción rígida del tiempo que tiene la humanidad, el tiempo no pasa siempre de la misma forma. Hay algunas variables, algunas descubiertas y otras sin descubrir, que son capaces de modificar la velocidad a la que pasa nuestro tiempo. Entre estas primeras destacan, por ejemplo, la fuerza de la gravedad y la fuerza del aburrimiento. Por supuesto como este último factor no podemos medirlo con relojes atómicos (todavía no se ha descubierto la forma de aburrirlos), no se conoce a ciencia cierta hasta qué punto es capaz de modificar el tiempo. Pero para el caso de Komoyo Diga, que viajaba encerrado en una solitaria cabina de arresto con el que es, probablemente, el tío más plasta del universo, la duración de cada segundo de su tiempo tendía al infinito. En otras palabras: Komoyo se moriría antes de aburrimiento que de viejo.

¿El Planeta de las Maravillas?

Komoyo y los suyos no habían tenido más escapatoria. En cuanto el aviso del FGI llegó a sus oídos, una centena de agentes perfectamente camuflados salieron de entre la maleza, la cascada, bajaron de la cúpula en paracaídas e incluso algunos se habían pintado del color de las paredes, manchas de cagadas de palomas incluidas. Hasta Fan y Fab sacaron un par de armas casi tan grandes como ellos mismos, lo que llevó a preguntarse a Anita cómo habían logrado esconderlas un instante antes de comprender que debía rendirse, levantar las manos, darse por arrestada y no pensar en nada que pudiese ser utilizado en su contra.

A continuación y sin mediar palabra, los agentes prepararon y guiaron a Komoyo y compañía a tres vehículos de arresto: Uno para los chicos, otro para las chicas y otro para el bich..., para Zape.

– Nos han capturado -dijo Plasta una vez estuvieron dentro.
– ¿En serio? ¿Cómo te has enterado? ¿Has estado husmeando en mi diario? -preguntó Komoyo con evidente ironía.
– Búrlate todo lo que quieras. Todo esto no habría pasado de haberte quedado quietecito desde un principio. ¡Malditos terrícolas!

Esta vez Komoyo no respondió. Se limitó a observar la densa oscuridad que se podía contemplar desde una pequeña ventanilla. Sabía que avanzaban, pero no veía ninguna señal de que eso fuera así. Probablemente estuviesen haciendo el recorrido de vuelta hacia el exterior por otro camino más largo, ya que no habían entrado de una manera, digamos, convencional.

Telepia intentó contactar con Komoyo, pero le fue imposible. Debían de haber cubierto el interior de aquellos vehículos de algo que absorbiera sus ondas telepáticas. En cualquier caso, lo único que lograba captar eran sus propios pensamientos, aparte de los de su compañera de celda.

«Si hay tanta seguridad, eso es señal de que la Cosa Bonita debe estar cerca...» -Es lo único que consiguió captar.

Mientras tanto, hacía rato que la Cosa Fea, perdón, Zape Bonisfato, había cambiado sus pupilas al color azul y estaba llorando desconsoladamente en una esquina.

Ante esta situación tan tremebunda, un repentino salvador apareció inesperadamente para salvar a nuestros desgraciados a héroes. ¡Se trata del Súper-Hombre! ¡Con sus amplios y magníficos poderes, que deslumbraban al propio Sol y eclipsaban cualquier figura, el Súper-Hombre se abrió paso a través de las fuerzas del mal, usó su visión láser para liberar a Komoyo y sus amigos, y se encargó de las malvadas fuerzas del FGI! “¡¡PUM!! ¡¡¡PLASH!!! ¡¡¡¡KA-BOOOM!!!!” ¡Estos eran los ruidos que hacían esos villanos antes de que el Súper-Hombre se encargase de convertirlos en ositos de gominola con sabor a polvorón con sus increíbles superpoderes!

O al menos esto es lo que habría pasado de haber sido ésta historia un cómic de Marvel™. Como no lo es, acabo de mentirte. Y como te acabo de mentir, me siento culpable conmigo mismo. ¿Sabes qué? Voy a compensarlo. Pensaba matar a Komoyo en la próxima parte del capítulo, y acabar así con esta maldita historia que no tiene ni pies ni cabeza. Pero me has hecho sentir mal. Tal vez pueda hacer que un repentino salvador aparezca inesperadamente para salvar a nuestros héroes. ¡No, no, esta vez sin superpoderes! De verdad.

Coherencia.

Final feliz.

Allá vamos.

Una sacudida recorrió la estructura del vehículo. Y otra. Y a la tercera sacudida un ancla atravesó el vehículo desde una pared a la opuesta, pasando por suerte en medio de Komoyo y Plasta, que se odiaban lo suficiente como para sentarse cada uno en un extremo.

– ¡Justo en el blanco! ¡Levad anclas! ¡Al abordaje!

El vehículo dejó de avanzar hacia delante y se suspendió en el aire, tirando a sus ocupantes hacia una de las paredes.

– ¡Coronel, nos han dado! ¿Nos recibe? -Se escuchó desde la cabina.
– ¡Os recibo! ¡Mantengan su posición a toda costa y traFZZCHZT!

– ¡Arrr! ¡Hemos pescado otro!

Así toda la comitiva del FGI fue siendo anclada y trasladada al barco de los piratas robóticos. Una vez en la borda, sacaron a todos los agentes, pero dejaron a los prisioneros dentro, y los pusieron en fila preparados para saltar por la tabla.

– ¡Asquerosas formas orgánicas de vida! ¿Pensábais escapar ocultando a nuestros sensores vuestro calor corporal? ¡Malas noticias para vosotros, nuestros sensores detectan la composición de vuestros gases!
– Maldita seas robot de pacotilla, algún día pagarás caro por esto.
– Ohh, parece que tenéis ganas de cháchara. ¿Qué tal si me contáis dónde se esconde el tesoro?
– ¡Nunca te lo diremos! ¡Nos llevaremos ese secreto a la tumba!

Acto seguido la capitana sacó un mosquete y disparó entre ceja y ceja a aquel agente. Los robots que se encontraban detrás se pelearon por coger los sesos mientras gritaban “¡Mío, mío!”, toda una tradición en el mundo robótico.

– ¡Coronel! -gritaron casi todos al unísono.
– ¡Monstruo! - gritó otro.

La capitana volvió a disparar al que había hecho el último comentario. Pero no funcionó.

– Maldita obsolescencia programada. Está bien, tú serás el primero en probar la tabla. ¡Arrojadlo a los tiburones galácticos!

La tripulación explotó de júbilo, y el agente fue tirado por la borda.

– ¡Siguiente! ¿Vas a decirnos dónde se encuentra el tesoro?
– …
– ¡Ancladlo!

Al agente le cayó un ancla encima que le reventó la cabeza en dos como si se hubiese pasado toda una noche escuchando reggaeton.

– ¡Qué divertido! ¿Quién quiere ser el próximo?
– El tesoro está… -empezó a decir la voz llorosa de Fab.
– ...tras la cascada. -acabó la temblorosa voz de Fan.
– ¡Vaya, vaya! Pero si es el club de la comedia. ¿Una cascada en este páramo desértico? ¿Habéis visto qué chiste, camaradas?

Planeta: Tierra

– Hola amigos, bienvenidos a Cuarto Misterio. Hoy tenemos con nosotros a la vieja cotilla. Bienvenida, señora cotilla.
– Hola Míster Io.
– Esta señora asegura haber vivido una experiencia absolutamente espeluznante, aterradora. Esta señora ha sido testigo de un montón de ositos de gominola con sabor a polvorón.
– Efectivamente, Míster Io. Y le diré más: son ositos de gominola con sabor a polvorón extraterrestres. ¡He visto como abducían a un pueblerino!
– Ya lo han oído, a continuación conectaremos en directo con el lugar de los hechos, justo después de la publicidad.

El planeta del Tesoro

– ¡Un momento! Tal vez tengan razón. Preguntémosle a los prisioneros. -dijo Tobot, que hasta el momento se había mantenido al margen.
– Está bien. ¿Algún voluntario para darnos las llaves?

Todos levantaron la mano a la vez.

Tobot abrió las celdas de los vehículos donde estaban encerrados Komoyo y compañía.

– ¡Qué alegría volver a verte, Tobot! -exclamó Anita.
– No conozco a ningún Tobot. ¡Yo soy el Capitán Garφo! ¡El azote de los siete universos! ¡Arrr!
– Ojalá yo también pudiera reiniciarme de vez en cuando.
«Esta puede ser vuestra oportunidad para salvar vuestras vidas… y tal vez vuestra libertad». -trató de transmitir Garφo a Telethia.

– Os guiaremos hasta la cascada -se apresuró a decir Plasta.
– Así me gusta.

El grupo pidió a Garφo primero que convenciera a la capitana para volver con el barco al lugar donde habían empezado la fiesta antes de que escaparan. A partir de ahí, descendieron a tierra junto a la tripulación y lo que quedaba del FGI y encontraron el lugar por donde habían accedido horas atrás.

¡El planeta de las maravillas!

Una vez de vuelta a aquel paraíso encupulado, se dirigieron a la cascada de la pared.

– ¡Es ahí! ¡Adelante grumetes! ¡A toda máquina!
– ¡Espere capitana! ¡Se estropeará con el agua de la cascada!
– ¡Rayos y centellas! Tienes razón. Esas malditas formas de vida orgánica lo tenían todo pensado, sólo puede entrar una de ellas.
– Me ofrezco voluntaria -dijo Anita-, si a cambio prometes dejar libre a mí y a mis amigos.
– Hecho. Lleva contigo esto, es una bolsa que reduce el peso de todo lo que metas en ella, por si pesa demasiado. ¡Y recuerda, no mires a La Preciosidad a los ojos!

Anita cogió la bolsa, y metió en ella a Zape también.

– Lo necesito por si está oscuro. Odio caminar a solas por la oscuridad.

Garφo asintió. La capitana robótica pirata la vio alejarse por la cascada con cara de perplejidad - al menos todo lo perpleja que se puede mostrar una cara robótica.

Tan sólo unos minutos después, la cúpula comenzó a derrumbarse.

Oficinas del FGI

– ¡Comandante, comandante! ¡Malas noticias, mi comandante!
– ¿Qué ocurre ahora?
– ¡Han robado el catalizador en el sector CS8!
– ¡Menuda pandilla de ineptos! ¿Pero qué estaban haciendo nuestro agentes?
– Creemos que han sido capturados, no logramos contactar con el coronel. ¡Estamos perdidos!
– En absoluto. Activa la autodestrucción del planeta.
– ¿Qu-qué? ¿Y qué pasa con nuestros hombres?
–  Al carajo nuestros hombres, su inutilidad no es nuestra culpa. ¡No puedo permitir que esa cosa caiga en manos de unos delincuentes! ¿Me oyes? ¡Ponte en marcha!

El planeta de las maravillas

Anita volvió de la cascada con una caja metálica entre las manos y la bolsa colgando de la cintura.

– ¡Rápido chica, dame el tesoro!

Anita le entregó la caja que había obtenido de la cueva.

– Al final no pesaba tanto como para arriesgarme a sacarla.

Todos corrieron para salir de aquel sitio antes de que se derrumbase sobre sus cabezas, pero los robots eran más rápidos. Cuando llegaron afuera, la capitana, Garφo y toda la tripulación habían escapado en el barco. Al menos cumplió su promesa de dejarlos libres.

– ¿Qué vamos a hacer ahora? -preguntó en pánico Anita.
– ¡El wa-i! ¡Alguno de vosotros debe tenerlo! -exclamó Plasta refiriéndose a los agentes.
– Lo tenía el agente que tiraron por la borda…
«Debemos encontrarlo. Desplegaos en distintas direcciones, y el primero que lo encuentre que piense fuerte en ello». -transmitió Telethia a todos.

Así, el grupo se dividió y rápidamente encontraron al agente caído.

– ¡Lo tengo yo! -exclamó Komoyo.

Komoyo espero a que todo el mundo se acercase y pulsó el botón.

– No funciona. ¡Otra vez está roto!
– No, lo que pasa es que para usarlo en este planeta necesitamos unas coordenadas. Es un protocolo de seguridad del FGI. -dijo un agente.
– ¿Y quién es capaz de aprenderse de memoria unas dichosas coordenadas?

Anita carraspeó.

– ¡Yo me sé unas!
– ¡Por fin el terráqueo sirve de algo! -exclamó Plasta.

Komoyo introdució las coordenadas en el cubo, se prepararon todos para el viaje y…

– ¿Dónde está Zape?

Anita pulsó el botón.