Capítulo 8 ~ Hacia la Cosa Bonita

Todo el mundo en el universo tiene sueños. Según sean estos sueños, la sueñología (ciencia que estudia los sueños), los clasifica en 3 grupos: sueños De, sueños Do, y sueños DeDo. La mayoría de la gente tiene sueño por la mañana, tras levantarse. Este tipo de sueño es el sueño DeDo, porque no se sabe muy bien si uno ya está Despierto o sigue Dormido. Es el tipo más común de sueño. En segundo lugar, está el sueño De, que es todo aquel sueño que se tiene Despierto. El ejemplo más claro lo tenemos con Martin Luther King Jr. y su “Yo tengo un sueño”, frase que afirmó estando completamente despierto y demostrando que no había tomado ningún producto que alterara el sistema nervioso. En tercer y último lugar está el sueño Do, que es el que se tiene Dormido. Este tipo de sueño es el más difícil de tener y, en el caso de tenerlo, también de reconocer, pues al estar ocasionado por el subconsciente difícilmente podrás distinguirlo de la realidad. Al despertar uno normalmente no recuerda nada, y si lo recuerda lo hará por poco tiempo.

Komoyo pensaba que estaba teniendo un sueño del tipo Do. Curiosamente, ese sueño coincidía con su sueño de tipo De que tenía constantemente en la realidad, o al menos coincidía con su sueño De dentro del sueño Do. Komoyo pensó en llamar a aquello DeDo (sueño Despierto dentro de sueño Dormido). Por supuesto, Komoyo no sabe que esa palabra ya se utiliza para otro tipo de sueño (y también, pero menos comúnmente, para nombrar a cierta parte del cuerpo humano), porque no prestó demasiada atención en clase de sueñología y porque al ser más infinitamente chupiguay que vosotros no se dedica a perder el tiempo leyendo blogs cutres con historias de ciencia ficción igual de cutres si cabe.

Por suerte, Komoyo consiguió deducir a partir de sus conocimientos una especie de fórmula para conocer si estaba en un sueño Do+De, que así se denomina el sueño Despierto dentro de sueño Dormido. La fórmula en cuestión es la siguiente:

                                                       Dolor ≠ Sueño Do

Si el razonamiento es correcto, al autolesionarse Komoyo sabría si estaba en un sueño Do+De o aquel era de verdad su sueño De, dependiendo de si sentía o no dolor.

Komoyo se metió un dedo en el ojo. Sintió dolor, mucho dolor. Por tanto, llegó a la conclusión de que no sólo tenía un sueño De, sino de que también lo estaba viviendo en aquel instante. Y de que tendría que verlo en 2D por un tiempo.

Lugar donde Komoyo está viviendo un sueño De

– ¡Komoyo, muchacho! Deja el masoquismo para cuando te reúnas con tu panda de humanoides.

Komoyo abrió el ojo que no le dolía y comprobó que el que le hablaba era Tobot.

– ¡No, no! Yo sólo estaba, em... No importa. ¿Dónde están los demás?
– Según mis cálculos el planeta donde nos encontramos es en su totalidad un punto chungo de esos que utiliza vuestra maquinita, así que nos hemos desparramado como seres orgánicos a los que atacan su hogar.

El planeta en cuestión era un planeta completamente desértico, sin ningún tipo de vida a simple vista. Sin embargo, había construcciones ruinosas esparcidas y accidentes del terreno que señalaban que en algún momento inmensos ríos de agua habían corrido por aquellos parajes, indicios de que el planeta alguna vez tuvo mejor aspecto

– ¡Vaya problema! Entonces supongo que habrá que ir a buscarlos,¿no?
– Negativo. Si mis sensores de riesgo furulan bien, lo mejor para nuestra vida ahora es escondernos debajo de una piedra.
– ¿Pero qué riesgo hay en un lugar como este? ¿Es que acaso nos puede dar una insolación?
– Con ese casco tuyo no. El problema es que estamos en el “Planeta del tesoro”.

Komoyo se había acostumbrado tanto a él, que olvidó que aquel extraño casco transparente aún le cubría la cabeza. Abrió entonces una ventana de búsqueda y pronunció en voz alta “Planeta del tesoro”.

– El planeta del tesoro -comenzó a emitir el casco- se sitúa en la zona oscura de la Galaxia Central. Hay varias teorías sobre su formación. Una de estas teorías apunta a que el planeta fue creado hace milenios por unos seres de inmensa sabiduría, con el objetivo de que los delincuentes fuesen atraídos hacia un objetivo que prometía riquezas, de ahí su nombre, para así expulsarlos de la sociedad, pues, una vez que se entra a dicho planeta, por alguna extraña razón, no se puede salir. Otra teoría, sin embargo, cree que antaño el “Planeta del tesoro” era un mundo próspero habitado por una especie inteligente, pero un fatídico día se propagó el rumor de que esa especie guardaba una reliquia de valor incalculable, y desde entonces piratas de todos los tipos saquean a menudo el planeta, el cual vio reducida a cenizas su prosperidad y fue convertido en un gran campo de batalla en el que todo el mundo lucha por un tesoro que aún hoy sigue sin descubrirse. También hay una tercera teoría que...
– ¡Para! Ya me ha quedado claro. Estamos en la Guantánamo del universo, el paraíso y a la vez infierno de los peores delincuentes. Por lo visto he incumplido más leyes de las que creía.
– En realidad, si hemos llegado a parar aquí es porque las coordenadas estaban en el cubo.
– ¿Quieres decir que uno de nosotros quiso que acabáramos aquí?
– Afirmativo.
– ¡Vaya lata! Esta aventura está demasiado descontrolada. Ha llegado la hora de que vuelva a tomar las riendas -dijo mientras componía una media sonrisa.

Y dicho esto, Komoyo ordenó a Tobot que se pusiera a cuatro patas, le puso unas riendas para cabalgarlo, y subiéndose a él marcharon a buscar a sus compañeros, ignorando las advertencias del sensor de peligro.
Hasta entonces, Komoyo había permanecido casi como un espectador dentro de su propio sueño. Pero ahora que era consciente de que aquello no era un sueño Do, estaba dispuesto a vivirlo hasta el final. Por eso, no temía que una pandilla de delincuentes acabase con él; a partir de ese momento se propuso disfrutar de aquello al máximo.

Planeta Tierra, Hospital Nª Señora de los Dolores Fuertes

A la vieja cotilla le encantaba aquel centro. Las paredes eran estrechas, y se escuchaba muy bien a través de ella, por lo que podía enterarse perfectamente de los cotilleos que se soltaban en las salas contiguas. Siempre había pensado que el hospital tenía un nombre bastante acertado. Ahora mismo, se encontraba en una camilla de una habitación individual, lo cual no le agradaba, pues no tenía a nadie con quien hablar, y una señora de este tipo necesita compañía para pasar largas horas sin hacer nada.
Pero aquel día la vieja cotilla no prestaba atención al desgraciado destino de los pacientes de otras salas, y no era precisamente porque acababa de ser atropellada. La razón era que las ganas de contar a alguien lo que había visto en aquella fábrica le impedían prestar atención. Para quitarse el mono de encima, alargó el brazo con mucho dolor para alcanzar su smartphone y marcó el número que tenía en mente.

– ¿Míster Io? -preguntó al altavoz.
– El mismo -se oyó en el móvil.
– Tengo una cosa que contarle. Verá usted qué interesante, deja que le diga, deja...

Cuando terminó de hablar, la vieja cotilla se dedicó a dormir plácidamente lo que quedaba de tarde, pues aquella medianoche tenía una cita muy especial.

El planeta del Tesoro

Komoyo y Tobot llevaban ya un buen rato sin que ningún ratero se acercara y les amenazara con algún tipo de arma blanca, negra, roja o violeta, cuando, de repente, un gran vehículo volador, con un gran cañón de los que hacen mucha pupa, surgió de un gran cañón de los que no hacen daño (a no ser que te caigas por él).
El vehículo, que Komoyo reconoció como un barco pirata de metal, y que en realidad no volaba exactamente, sino que levitaba, les apuntó con el cañón y a través de un megáfono situado en el mástil, justo debajo de la bandera de los piratas espaciales, se pudo escuchar:

– ¡Capturadlos!

Acto seguido el cañón del barco disparó una bola que, al acercarse, pudieron comprobar que se trataba de un robot, el cual iba atado con un elástico al barco, lo que hizo a Komoyo y Tobot salir disparados hacia el gran barco metálico cuando el robot acertó en el blanco y los agarró con fuerza, catapultándolos hacia la cubierta del barco.
La cubierta era exactamente como Komoyo imaginaba cualquier cubierta de un barco pirata en versión mecanizada, excepto porque en la proa, en vez de un personaje mitológico como una sirena, figuraba un robot con apariencia de pirata al más puro estilo de cuento. De una puerta, que Komoyo supuso que era el camarote del capitán, salió una robot disfrazada de pirata que, para cualquier robot macho, resultaría bastante atractiva.

– Sobrecalentamiento -alcanzó a avisar Tobot con su voz robótica antes de que su sistema se apagara para reiniciarse.
– Vaya, vaya, pero qué tenemos aquí -empezó a decir la supuesta capitán, y un grupo de robots piratas se formó alrededor-. Si es un pobre esclavo robot sometido por un sucio ser vivo.
– ¡No es un esclavo!
– ¡Silencio! -ordenó la capitán-. A saber cuántos pobres años ha tenido que sufrir las injusticias de ser robot en una sociedad tan desigual. ¡Ahora es el turno de que veas lo que se siente! ¡Llevadlo a la sala de orgánicas! Y traedme ese robot a mi camarote, ¡puede que hoy sea el día que celebremos los cien mil años de búsqueda continua!

Entre vítores y aplausos, varios robots piratas se llevaron al indefenso Komoyo, que había sido abandonado por Tobot, quien seguía en pleno proceso de reinicio.

La “sala de orgánicas”, como la había denominado la robot pirata, no era sino el equivalente a la sala de máquinas de cualquier barco convencional, con la diferencia de que la primera estaba compuesta por seres orgánicos en vez de maquinaria, para propulsar la nave. Komoyo no pudo imaginar de qué forma podría él contribuir a que una nave volase, hasta que lo metieron en un habitáculo transparente con forma de cubo y le pusieron delante un plato de fabada. Comprendió entonces, al observar las decenas de habitáculos con alienígenas dentro engullendo plato tras plato, que aquel barco levitaba gracias a la energía proporcionada por los gases que emitían todos esos organismos.
¿Cuánto tiempo podría sobrevivir Komoyo con una dieta a base de fabada? Si hubiera prestado más atención al tema de Alimentación en CMC ahora mismo podría hacerse una idea. Y vosotros también, pero no os lo contaré porque en ese momento otros pensamientos más interesantes invadieron su conciencia.

«¿Estaba Tobot contigo?» -Aquella era sin duda los pensamientos de Telepia.
«Sí» -Pensó.
«Tengo un plan para salir de aquí. El señor Plasta está conmigo, pero no sabemos nada de Zape y Anita. Me ha dicho que con un poco de esfuerzo podría intentar pensar en binario para poder trasladarle el plan, pero me llevará su tiempo. Sé paciente, tengo que concentrarme un rato para hacerlo, así que no podré enviarte mis pensamientos mientras. Pero no te preocupes, te sacaremos de aquí».

Komoyo decidió seguir el consejo de Telepia y olvidó su situación. Se dedicó a disfrutar de las peculiares vistas que le ofrecía su situación. La variedad de seres allí dentro tenía que ser mayor que en cualquier ecosistema terrestre conocido y por conocer, o cualquier museo de historia natural. Si lo pensaba bien, a su alrededor se encontraban criaturas venidas de todos los rincones del cosmos. Para cualquiera era algo fabuloso. Es decir, cualquiera que, como Komoyo, pudiese olvidar que estaba en un rincón abandonado del cosmos, secuestrado por una banda de robots piratas chiflados, y que probablemente dedicaría el resto de su vida a hacerles de motor del barco.

Ignorando las divagaciones de su narrador, Komoyo siguió esperando a nuevas señales de Telepia mientras engullía el plato de fabada, más que para servir a tan macabros propósitos, para terminar con el hambre que tenía. Al fin, unas horas después, las palabras de Telepia volvieron a bailar por sus pensamientos.


«Ya lo tengo. Perdona la tardanza, pero aparte de lo complicado de la transmisión, Tobot parece haber estado apagado un tiempo».
«Adelante Telepia, te recibo».
«Tobot nos ha informado de que esta noche se celebrará una fiesta. Es la ocasión perfecta para escapar. Durante el festejo, Tobot acudirá a rescatarnos. Como es un robot no sospechan de él. Entonces, utilizaremos una salida alternativa para salir del barco».

Komoyo pensó que lo había entendido. Y así fue, llegada la noche, Tobot entró con cuidado en la sala de orgánicas, liberó a sus compañeros de viaje y les hizo señas para que le siguieran sin hacer ruido.
«Tobot piensa que la mejor manera de salir es utilizando el cañón. Hay preparados unos paraescoñazos para ocasiones de emergencia».
«¿”Paraescoñazos”? Está claro que son los pensamientos de Tobot» -pensó Komoyo.

Sin pensar una palabra más, los cuatro se dirigieron a los cañones con mucho cuidado. El barco estaba repleto hasta arriba de innumerables dispositivos que iluminaban el barco de tal manera que casi parecía una sala de fiestas. Esto también dejaba muy poco espacio por el que moverse, y por mucho cuidado que tuviera, las piernas de Komoyo acabarían llenas de moratones por chocarse contra todos esos aparatosos aparatos de metal. Y la frente no se libraría de un buen chichón.
Llegaron a la sala de los cañones. Comprobaron primero que no había nadie por lo alrededores y se apresuraron a prepararse. Cuando Plasta, Komoyo y Telepia estaban dentro del cañón, Tobot cerró la parte de atrás y se acercó a la máquina que lo controlaba.

– ¡Pero Tobot! ¿No vienes?
– ¡Shhh! -Susurró Plasta.
«Seguro que tú lo sabías, Telepia. ¿Por qué no nos has contado nada?»
«...».
«Vamos Telepia, puedes contárnoslo. ¿Por qué abandona a la panda?» -Insistió Plasta.
«Él quería que os dijera que aquí estaba más a gusto»
«¡JÁ! No me hagas reír. Este antro da asco, antes he visto una familia de ratones de baja gama dando clicks sin control, ¡qué horror! Venga, ahora la verdad».
«Se ha enamorado».
«Ohh...» -Komoyo iba a pensar también «Qué bonito», pero unos ruidos de pasos y el impulso repentino del cañón detuvo esa línea de pensamiento.

Antes de que pudiera actuar, Komoyo observó atónito, a través de los huecos que había al lado del cañón, dos negras figuras que soltaba unas descargas eléctricas y derribaban a Tobot. Al mismo tiempo, varios kilómetros hacia la dirección del barco sonó una gran explosión que ocultaba la silueta de la nave.

«Menos mal que no nos ha dado por usar los cañones del otro lado» -pensó Komoyo.
«¡Cogeos de las manos antes de que nos dispersemos!».

Komoyo agarró la extremidad de Telepia y la mano del señor Plasta mientras caían libremente. Al coger la mano de este último, notó algo raro en su pierna: era un elástico. ¡Cómo se le podía haber olvidado! Pobre Komoyo, pues ahora sería catapultado hacia el lado donde no quería estar, a menos que...

«¡Suéltate! ¡Libérate de ese elástico! ¡Señor Plasta!»
– ¿Qué elástico?

Por fin alguien decidía hablar en vez de utilizar los pensamientos, no sabéis lo que le cuesta a este narrador poner las comillas cada vez que a alguien se le encapricha pensar en vez de hablar, como la gente normal.
Plasta miró hacia atrás y sacudió su pierna. Pero era demasiado tarde, el grupo había llegado al punto de retorno y fueron catapultados de vuelta al barco. Por fortuna, al deshacerse del elástico su ruta varió un poco y pasaron volando por encima de la fiesta de la cubierta, ante las miradas de los robots hasta arriba de aceite. Por desgracia, se dirigían justo hacia la explosión que había ocurrido momentos antes. Al ver que iban hacia la muerte en forma de escombros ardiendo, al señor Plasta no le quedó más remedio que dar la orden antes de tiempo.

– ¡Abrid los paracaídas si no queréis saber qué se siente al formar parte del menú de una barbacoa!

Dicho y hecho, todos abrieron sus paracaídas a la señal del Plasta. Aunque en aquel planeta no hubiera viento, las leyes de la física siguen teniendo efecto, así que la aceleración de la velocidad Y de su tiro parabólico descendió, salvando al grupo de convertirse en un pinchito alienígena.
Dio la casualidad, como se da tantas veces, de que los autores de aquella catástrofe se encontraban justo donde los paracaidistas cayeron. Por lo visto, en ese momento se hallaban en una desagradable discusión:

– ¡Bicho asqueroso! ¿Sabes cuán útil nos era esa nave? ¡Claro que no lo sabes, cabeza de chorlito! ¡Y aunque no nos fuera útil, podría haberla desmenuzado y venderla a trozos para ganarme un buen dinero, hacer préstamos y amargarle la vida a la gente! ¡Bicho inútil! ¡Zape! ¡Zapee!

Me corrijo: más que una discusión, era un monólogo, pues Zape Bonisfato no estaba en condiciones de contestar a Anita, que estaba muy cabreadita. En cuanto aterrizó Komoyo, Zape corrió a esconderse detrás de él, cambió el color de su pupila al azul y comenzó a llorar.

– ¡A buenas horas! Llevo un milenio con ese monstruito. ¿Dónde estábais? Da igual, me alegro de que hayáis vuelto, por fin podré...
– ¿Dar un paseo? ¿No? -le interrumpió Plasta.
– Exacto. Dar un paseo. Sin molestias peludas, disfrutando de la armonía del paisaje.
– No has cambiado nada desde la última vez. Sigues siendo la misma niñita traviesa de siempre.

Komoyo estaba abstraído pensando, en primer lugar, cómo había conseguido Anita hacerse con una nave de tales dimensiones (o que pudiera producir tal desastre, porque ahora más que nunca sus dimensiones eran desconocidas). Y, en segundo lugar, cómo había podido Zape destrozarla de aquel modo. Pero prefirió no interrumpir.

– ¡Vaya! ¡Mirad quién viene a darme lecciones de moral! ¡El Papa Galáctico! Pues tú sí que has cambiado: estás más gordo, más calvo, hueles peor y eres más plasta que nunca.
– ¡Argh! -Plasta acercó su mano a la pistola láser, pero se detuvo al darse cuenta de que Anita hacía lo mismo. Plasta se relajó y siguió hablando-. En fin, estarás contenta. Aquí estamos, en un rincón perdido del cual no podemos salir, con posibilidades nulas de sobrevivir más de unos días, y ya ni hablemos de encontrar eso que buscas, que no existe.
– ¿Cuánto te apuestas?
– Ositos de gominola con sabor a polvorón para toda la vida.
– Hecho. -mientras le ofrecía la mano, Anita notó algo extraño-. ¡Por Spode! ¿Cómo puede llorar tanto esa criaturita? ¡Me estoy mojando los calcetines!

Todos miraron abajo y comprobaron que, efectivamente, se habían mojado los pies. Sin embargo, aquel agua no provenía de los ojos de Zape, pues éste había dejado de llorar y se había puesto a chapotear en el agua. Extrañados, decidieron buscar el origen del agua.

«Aquí está».

Siguiendo las indicaciones de Telepia, todos se reunieron alrededor de un agujero que un trozo de la nave que salió disparado por la explosión.

– Es cierto, el agua sale de aquí.
– ¿Deberíamos entrar a ver de dónde viene? -preguntó Komoyo.
– No veo por qué no -respondió Anita.

Komoyo cogió a Zape entre los brazos y así entraron todos en la cueva. Era una pena no tener a Tobot para que les alumbrara el camino, pero tenían que aguantarse por seguir el murmullo del agua a oscuras.

– ¿Cómo robaste la nave? -preguntó Komoyo a Anita mientras caminaban.
– Estaba aparcada y se habían dejado las llaves puestas.
– Amm -respondió Komoyo, un poco insatisfecho con la respuesta-. ¿Y cómo, cómo fue lo de la explosión?
– Fue ese bicho estúpido -se limitó a decir Anita, y hasta ahí llegó la conversación.

Komoyo no sabía cuánto tiempo llevaban ahí dentro. Podía ser una hora, tal vez dos, o tal vez ni siquiera estuviera ahí dentro y esto no fuera más que un sueño Do en la siesta a la que le había conducido el atracón de aquella tarde. Cuando estaba por comprobarlo, empezaron a escuchar una música lejana. Cinco minutos después, vieron luz por primera vez. Y cinco minutos después, un alienígena que se hacía llamar Fan el Fantástico y su hermano gemelo Fab el Fabuloso les ofrecían una visita guiada completamente gratis (aunque no sin antes recordarles que agradecen las propinas) por el fantástico y fabuloso Planeta de las Maravillas.

El Planeta de las Maravillas

– No recibimos visitas muy a menudo -dijo Fan.
– ¡La última fue hace cien mil años! -añadió Fab.
– ¿No os sentís solos? -preguntó Komoyo.
– ¿Nos sentimos solos? -preguntó Fab.
– ¡No nos sentimos solos! -respondió Fan.

Komoyo y compañía habían seguido el ruido del agua hasta llegar a una cascada. Al traspasar la cascada, se encontraron con una hermosa tierra ante sus ojos, encerrada en una cúpula de tierra, y a estos dos simpáticos habitantes. Si en la Tierra aún existiera el paraíso de Adán y Eva del que habla el más exitoso libro de ciencia-ficción, ese sería el Planeta de las Maravillas. El verde, símbolo de la naturaleza, abundaba por todos lados, teñido del azul que proporcionaba la gran cascada. Había algunas casas muy humildes, de color amarillo, y separadas entre sí. Pero sobretodo era un lugar lleno de vida (vida que Komoyo no había visto nunca y no sabía reconocer, pero que aún así le resultaba hermosa).
En aquel momento se encontraban caminando por un bonito camino amarillo en dirección al centro de la cúpula.

– Aún así, ¿por qué vivís encerrados? ¿Conocéis el mundo exterior?
– Vivimos encerrados porque mundo exterior ser malo -respondió Fan.
– Mundo exterior intentar apropiarse de nuestra riqueza -respondió Fab.

En aquel momento, Anita se sintió un poco mal por intentar hacer exactamente lo que aquellos dos decían. Pero se le fue el remordimiento rápidamente con la emoción que le provocaba saber que estaba cerca de lograr ver La Preciosidad.

– ¿Podemos verla? -preguntó Anita.
– ¿Lo qué? -respondieron Fan y Fab al unísono.
– Ya sabéis a lo que me refiero. Vuestra “riqueza”.
– Sabemos a lo que te refieres -dijo Fab.
– A la Cosa Bonita, se refiere -dijo Fan.
– Esta noche habrá una celebración -dijo Fab.
– La Cosa Bonita se sacará para que la contemplen todos -dijo Fan.- Mientras tanto, ¿por qué no vais a ver al jefe?
– Estará encantado de veros -añadió Fab.

Todos accedieron y se dirigieron hacia la casa que aquellos dos les señalaron. Tocaron a la puerta y les abrió un macho extraterrestre diminuto, verdoso y con antenitas en la cabeza.

«¡!».
– Hola, somos los visitantes del exterior -dijo Komoyo con toda naturalidad, como si fuera la madre de un amigo.
«¡Es una trampa!».

A Plasta y Anita les sobró tiempo para llevar la mano a la pistola y descargar láseres contra aquel ser.

– ¡Bienvenidos, soy FZZCHZT! -la figura del extraterrestre parpadeó un par de veces cuando los láseres le alcanzaron, y luego el holograma desapareció.
– Somos el FGI, y estáis todos detenidos- anunció una voz por megáfono.