Capítulo 6 ~ Hola holita, Anita

De entre todas las situaciones desfavorables posibles, estar siendo perseguido por una turba de gente hambrienta no está entre las peores. Sin embargo, si esa turba está persiguiendo el último ejemplar de Blu, y da la casualidad de que tú lo posees, entonces ocupa el lugar número ochenta y cuatro en la lista de “100 situaciones más desfavorables posibles”, justo por detrás de “Tener una suegra Borgiana” (aunque hay quien considera que algunas suegras terrestres son peores). Esta lista es sagrada para los que gustan de vivir seguros. Cualquier otro en la  situación de Komoyo haría lo posible por evitarlas. Por desgracia, nuestro protagonista no es cualquier otro.

Sitio donde está ocurriendo una situación desfavorable nº 84, Robotia

─ ¡Se ha estropeado! -gritó Komoyo.

Los allí presentes miraron en silencio a Komoyo como si fuera el tipo gafe que acabara de hacer añicos un espejo. Un espejo muy grande.

─ ¡No jorobes, sin ese cubo estamos perdidos! -Tobot aclaró la situación para que todos la entendieran.

A continuación, Zape, que todavía seguía sin enterarse bien de qué iba la cosa , rompió a llorar y se puso a dar vueltas frenéticamente alrededor de Komoyo en un vano intento de comprenderlo. Tratando de volver a atraparlo, Komoyo tropezó con él y se le cayó el cubo. Rápidamente, Plasta lo recogió.

─ Creo que sé de alguien que puede ayudarnos, pero debemos darnos prisa.
─ ¿Es la persona que tengo en RAM? No creo que sea muy buena idea -se apresuró a decir Tobot.
─ ¿Te parece mejor idea si hacemos unas palomitas para disfrutar del sangriento banquete? ¡Podríamos incluso hacerlas con olor a Blu, a ver si así nos comen más rápido!
─ Ya… pero ha cambiado mucho desde la última vez, la calaña a la que se arrima no es de fiar. ¿Pero y si en vez de darnos prisa nos deshacemos de ese estúpido Blu?
– ¡Eso ni pensarlo! -protestó Komoyo.
─ Situaciones desesperadas, medidas desesperadas -interrumpió Plasta antes de que la discusión continuara. Komoyo volvió a tropezar-. ¡Telepia, atrapa al bicho antes de que ese inútil se quede sin rodillas! ¡Seguidme!

Sin rechistar, todos hicieron caso a Plasta y recorrieron a toda velocidad varios estrechos callejones, esquivando las avenidas más concurridas, donde podían verlos y olerlos. A Komoyo llegó a parecerle que estaban dando vueltas en círculos; Los mismos tipos de edificios se repetían una y otra vez, los mismos robots, el mismo suelo... Se preguntaba cómo podría vivir la gente rodeado de tanta monotonía.
Hasta ahora los planetas que había visitado le parecían más atrayentes, pero Robotia era feo con ganas hasta tal punto que preferiría vivir en la Tierra si tuviera que elegir entre uno de los dos. Lo único que hacía pensar a Komoyo que no estaban dando vueltas en círculos es que continuamente bajaban niveles. Hacia abajo, siempre descendiendo, hacia el infierno de los Robots.
De repente, Plasta paró en seco en medio de un callejón sin salida. Tanteó la pared hasta encontrar un trozo de hormigón falso. Lo sacó y metió la mano en su interior. Acto seguido, una tapa de alcantarilla que había en el suelo al final del callejón, salió disparada y aterrizó delante del grupo. Komoyo pudo leer lo que ponía en su superficie: “Conducto AK-47”.

─ Bueno,¿quién entra primero? -preguntó Plasta.

Los que no sabían de qué iba la cosa se miraron con cara de no saber dónde se estaban metiendo. Luego escucharon unos gritos lejanos y dejaron de mirarse, pero si se hubieran mirado probablemente habría sido con cara de que no importaba dónde había que meterse.

«Yo. Yo bajo primero» -transmitió Telepia con un tono de miedo.

Telepia, sujetando con cuidado a Zape, bajó por las escaleras del conducto. A continuación le siguieron Komoyo, Tobot, y finalmente Plasta, que selló la salida con la tapa. Entonces, Tobot activó su sistema de iluminación y se convirtió en una feria de luces andante para alumbrar el camino.

─ Telepia, mete a Zape en esas aguas sucias, así dejarán de rastrearlo por el olor -Dijo Plasta una vez que llegaron abajo.
─ Y cuidado con salpicar, los robots y el agua somos menos compatibles que el agua y los gatos.
«Entendido. Tranquilízate, Zape, será sólo un momento».

El conducto era increíblemente amplio. Era tan amplio que habrían necesitado varios más como Tobot con sus sistemas de iluminación al máximo para ver la otra orilla. La porquería del agua impedía ver el fondo, pero también tenía pinta de ser increíblemente profundo. El olor no era muy agradable, pero cualquiera que hubiera soportado el olor combinado de pañales sucios con ambientador a menta podía soportar también eso.
Una vez terminaron la ardua tarea de neutralizar el olor natural de Zape, el grupo prosiguió su camino. Plasta y Tobot, a la cabeza, discutían susurrando sobre lo que iba a hacer. Komoyo se fijó que a los lados se alzaban pequeños edificios abandonados en un estado lamentable, signo de que hace mucho tiempo allí debía haber un mercado, una zona de la ciudad, o la antigua Robotia de antes de que el planeta se robotizara.
Doblaron una esquina y Komoyo escuchó música al final del conducto. Conforme se fueron acercando, se apreciaban pequeñas luces. Esas luces se fueron multiplicando y engrandeciendo, hasta mostrar toda una ciudad subterránea.

Oficinas del FGI

El comandante del FGI se puso rápidamente manos a la obra. Atrapar a Plasta había sido su objetivo desde que la huida de éste resultó en la dimisión del anterior comandante y su ascensión, para así acallar de una vez las críticas de su madre que lo consideraba un inútil. Con toda la razón, pues el actual comandante del FGI no ha logrado ninguna operación importante exitosa, y mucho menos conseguir el objeto de su nombramiento. Ahora, Plasta había vuelto y ahí estaba su oportunidad de oro para dejar huella en el FGI como uno de los mejores comandantes.

─ ¡Rastread su wa-i! Quiero que todos los escuadrones de búsqueda se preparen para salir. Pero antes mi batido, ¿por qué no lo habéis traído?¡Traedme un batido!
─ Pero, comandante, se ha estropeado...
─ ¡Nada de peros! ¡Os dije que me trajerais un batido hace media hora! Espera espera, ¿qué? ¿Que se ha estropeado qué? ¿La máquina de batidos? ¡Santo Spode, lo que me faltaba!
─ No me refería a eso, mi comandante, aquí tiene su batido. El problema es que no podemos rastrear su wa-i. No emite señal, debe de haberse estropeado.

El comandante escupió el batido que había sorbido.

─ ¿Me estás tomando el pelo? ¿Cómo ha viajado entonces a su antojo por el universo? Y no, no me cuentes cuentos de naves espaciales.
─ Creemos que se ha estropeado después de viajar, mi comandante.
─ Umm... ¡Eso es perfecto! -añadió tras un momento de reflexión-. Ahora mismo debe estar atrapado en algún planeta -compuso una sonrisa maquiavélica-. ¿Sabemos dónde está ahora?
─ Testigos afirman haberlo visto en Robotia, mi comandante.
─ Todas las unidades rumbo a Robotia, ordenen búsqueda y captura, pero mátenlo si es necesario.

Ciudad subterránea, suburbios de Robotia

Los suburbios de Robotia se formaron tras la Tercera Gran Robotianización del planeta por las formas de vida orgánicas que, hartas de tanta mecanización y de una vida demasiado repetitiva, decidieron apartarse de los atentos visores de los robots y vivir una vida sencilla y natural.

Los edificios de aquella zona nada tenían que ver con los de la superficie. Cada uno tenía personalidad propia, las calles eran muy irregulares y todo era mucho más colorido. También había mucha actividad, pero no era una actividad sistemática. Era una actividad espontánea. Había muchos más criaturas vivientes. Todo tipo de criaturas que daban a la ciudad una imagen muy variada y colorida.
Plasta les hizo señas para que entraran a un bar en cuya fachada se podía leer el nombre: “Jëlly's”. Como pudo observar Komoyo cuando entró, Jëlly's era un bar a la vez que posada muy animado. En una esquina unos músicos tocaban el Can Can para el disfrute de los clientes, que bailaban ebrios a pesar de ser las 30 en punto del mediodía (Hora Robotiana de la superficie).

En cuanto entraron, el dueño les saludó desde la barra:

─ ¡Hombre, si es Plastaffinoulesacogorinto! ¡Qué de tiempo! La galaxia entera te daba por muerto, me alegro de volver a verte, me debes 30 gansos -Plasta formó una falsa sonrisa de alegría y se dirigió a él.
─ Un placer verte de nuevo, Jëlly. Y preferiría que la galaxia siguiera creyendo que sigo muerto, no eres el único con el que tengo deudas pendientes.
─ Otra vez en problemas, ¿eh? Supongo que habrás venido a verla. Debes estar realmente desesperado para tener que recurrir a ella.
─ No puedes hacerte una idea... -Se volvió y señaló a Komoyo y compañía-. ¿Puedes ocuparte de que esos se estén quietecitos ahí?
─ Por supuesto, yo vigilo.
─ Genial. Komoyo, ahora volvemos. Cuidado con el bicho que no la líe o te la cargas tú.

Plasta los dejó y entró por una puerta. Tobot les guiñó un ojo e hizo lo propio.

«No parece que Plasta y tú os llevéis muy bien. ¿De verdad confías en él?»
«No -pensó Komoyo para que Telepia pudiera leerle el pensamiento-. No confío en él. Pero sin él no podría cumplir mi sueño».
«Entiendo. Quien algo quiere algo le cuesta».
«Oye, tú puedes leer la mente y todo eso, ¿qué piensa Plasta hacer?»
«Información clasificada».
«Aquafiestas».

Tobot cerró la puerta tras de sí.

─ ¡Hola holita, Anita!

Se oyó un derrumbe de objetos metálicos y una cabeza se asomó por una puerta.

─ ¡Ey, si es mi robot egocéntrico favorito y... tú! ¿Tú? ¿Qué haces tú aquí? Yo pensaba que... ¡Sal de aquí, fantasma! ¡Vade retro!

La tal Anita era una mujer de rasgos humanos, bajita, de pelo y ojos negros como la oscuridad misma, y solía tener siempre en la cara una sonrisa que inspiraba cierta superioridad sobre los demás.

─ Yo también me alegro de verte -respondió Plasta, intentando disimular una sonrisa-. No sabes por lo que he tenido que pasar todos estos años… Aunque al menos yo sigo vivo. Siento lo de ya sabes quién.
─ Dejemos eso a un lado, ya está superado. Cuéntame, ¿qué te trae por aquí otra vez, súper agente espæcial?

Plasta aguantó a duras penas las ganas de echarse a llorar o de salir ahora mismo de allí.

─ Verás -se adelantó Tobot, que veía que su compañero no estaba en condiciones de dar explicaciones-, el cacharro este ya no furula -cogió el cubo y se lo enseñó-. ¿Crees que puedes arreglarlo?
─ Por supuesto, pero algo así no os va a salir de gratis. Voy a arreglarlo y ahora os digo el precio.

Anita volvió a meterse sola por la puerta. Más trastos cayéndose. Una vez dentro, buscó una estantería que estaba repleta de cubos como aquel. Cogió uno cualquiera y lo cambió por ese.

– Sabía que estos trastos de esos agentes del FGI acabarían sirviendo para algo -murmuró para sí.

Se escuchó más chatarra precipitándose contra chatarra y Anita volvió.

─ Aquí está, como nuevo.

Plasta lo observó, anonadado, pues realmente el cubo parecía recién salido de fábrica.

─ ¿Cuánto es?
─ Llevadme con vosotros.

«Otra más no» - pensó Plasta-. «Otra vez… no».